Los huracanes de Frances Gallardo: una catarsis del paisaje antillano – La Ventana

2022-07-23 02:09:16 By : Mr. Laurence King

Portal Informativo de la Casa de las Américas

Por: Flavia Valladares Más

«Por lo misterioso de su invisible presencia, lo inopinado de su aparición, lo tremebundo de sus manifestaciones, lo incoercible de su fuerza, las riquezas de sus lluvias, y, sobre todo por la enorme y predominante trascendencia económica y social de sus efectos, tanto los favorables como los adversos, Huracán es el gran dios de las Antillas (…)».

El Caribe como región cultural se define por un paisaje tormentoso donde el huracán condensa todas las fuerzas de la naturaleza enfurecida. Este fenómeno natural enhebra subrepticia y caóticamente los tiempos históricos para constituirse más como inmanencia que como presencia. Substancia vital -violenta, catártica y también renovadora- que el sabio Fernando Ortiz reconociera como motivo iconográfico, mito, tropo y/o concepto presente en múltiples aspectos de la cultura material y artística de nuestros pueblos en su célebre e imprescindible texto para los estudios del Caribe El huracán: su mitología y sus símbolos.  

De tal suerte, debemos hallar en el horizonte prehispánico -donde el Caribe se definió geográficamente como una cuenca circuncaribe en la cual habitaron distintos pueblos de base étnica arahuaca- la raíz cultural del huracán, cuyo acicate no podría ser otro que el mitológico, en tanto las comunidades taínas desarrollaron un sistema de comprensión del mundo circundante a través de una singular cosmovisión y teogonía. Mucho se ha debatido sobre lo verídico o no del término Jurakán, por lo que las voces intelectuales terminan por reconocer en la deidad taína de las fuerzas incontrolables de la naturaleza denominada Guabancex, la elaboración mitológica de los huracanes. Según el fraile Fray Ramón Pané en su texto Acerca de las Antigüedades de los indios este cemí estaba acompañado por dos potencias auxiliares Guataubá y Coastrique, controladores de los truenos y de las aguas, respectivamente. 

Quedaría reflejada Guabancex en la cultura material de estos pueblos en cemíes tallados en piedra o figuras ideográficas donde es reconocible un patrón o norma de representación antropomorfa cuyos brazos en forma de espiral rodean un sintético rostro en direcciones opuestas. Como indica Ortiz la propia naturaleza del huracán trajo consigo su antropomorfización.[1] Por tanto, resulta un elemento iterativo en cada una de estas recreaciones visuales la presencia de dos líneas curvas que describen un movimiento contrario a las manecillas del reloj, tal y como si los taínos predijeran, desde aquel entonces, el movimiento rotatorio que sobre su propio eje desarrollan estos organismos según refiere la meteorología actual.

La relevancia simbólica que reviste el huracán para la región ha terminado por convertirlo en un leitmotiv de indispensable referencia en la comprensión de nuestra memoria cultural, como bien apunta la Dra. Margaret Shrimpton Masson[2], dando lugar a una narrativa, como propone esta autora, pero también a una imagen huracán verificada en una amplia cartografía textual, visual y sonora. Las diversas rutas morfo-conceptuales del arte del Caribe han robustecido el signo a través de su historia, siendo medulares algunas líneas temáticas como la personificación y la re-semantización política del meteoro, la catarsis de la naturaleza como metáfora del binomio desastre-renacimiento o las sinergias arte-ciencia y naturaleza-religiosidad en la representación del paisaje. ¿Es posible, acaso, equiparar la propia historia regional -y la historia del arte- con la anatomía, el proceso de formación y la trayectoria del consabido fenómeno climático?

Tal vez podamos hallar respuestas a esta interrogante en el denodado quehacer artístico de la creadora boricua Frances Gallardo; quien nos ha legado uno de los ejercicios visuales más sistemáticos en cuanto a la apropiación, representación y re-semantización del meteoro. Un proceso creativo que comenzó casi paralelamente con la salida de su país natal, en su incesante búsqueda por consolidar sus habilidades técnicas una vez egresada del programa de Bellas Artes y Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Justo antes de emprender el viaje, su breve e intenso paso por la Casa del Libro significó el descubrimiento y la inmersión en un universo donde el papel se le reveló como un medio de infinitas posibilidades expresivas y plásticas; una experiencia que marcó -como bien ha confesado la creadora- un antes y un después en su carrera.

Es así como sus huracanes en papel calado la han acompañado en el proceso de crecimiento personal y artístico desde el año 2009, fecha de la cual datan las primeras piezas de su serie Huracanes; técnica que ha devenido el sustento formal de su quehacer, que acogería posteriormente en su seno los desplazamientos morfosintácticos y espaciales del instalacionismo. El resultado ha sido un sinnúmero de paisajes de tormentas en papel calado que Gallardo prefiere denominar “retratos”, en tanto las representaciones buscan captar los detalles de la anatomía y las posibles “psicología” y “personalidad” de estos fenómenos meteorológicos.

En sintonía con este proceso de antropomorfización, no solo los nombra -Cynthia, Carmen, Marla, Wanda, Juni, Gabriel, Daniel, Luis, Marcelo- también individualiza sus representaciones al introducir cambios en la composición de las piezas. El lenguaje abstracto es un denominador común, sin embargo, el espectador más avezado podrá observar las peculiaridades en la anatomía de estos cuerpos climáticos dado el uso de diversos patrones a modo de encajes, el espesor de las capas de papel o los rejuegos cromáticos que van desde la pulcra monocromía del blanco, el contraste blanco-negro o la calidez del rojo y del naranja hasta la sinfonía de colores y tonalidades.

De cierta forma, toda la praxis creativa que da lugar a piezas de hermosísima factura diluye las imágenes científicas que la autora ha utilizado como referente. El embellecimiento de la morfología de los huracanes encubre en el espesor de los pliegos de papel las imágenes y animaciones de la atmósfera captadas por los radares y que se encuentran en el archivo digital de la National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA). Esta albacea de acceso público le ha servido de fuente nutricia en lo que puede denominarse como la primera etapa de su operatoria creativa -la investigación en la web- en cuyos resultantes apenas quedan rastros de la imagen-referencia.

El consabido procedimiento llevado a cabo por Gallardo, además de revelar una interesantísima relación arte-ciencia posee una ineludible conexión con su experiencia personal. En su temprana juventud la artista colaboraba intensamente en los proyectos agroecológicos de su familia y con la tutela de su padre -especialista en Ciencias Agrónomas- contribuyó en la confección de una detallada base de datos de la cual nació un mapa mediante el cual ubicaban diversas especies de árboles. Una cartografía arbórea virtual de su poblado natal de mucha precisión gracias a la utilización de la tecnología GPS con la cual rastreaban y ubicaban cada planta. En este sentido, podemos encontrar en esta temprana labor el germen del uso de la data como herramienta de investigación, así como la fragua de una inclinación discursiva en los temas medioambientales. Junto a su padre había creado un bosque virtual que se extendió por varias regiones de Puerto Rico.

El bregar de la migración acabaría por profundizar este interés -desde afuera las secuelas del huracán se vivencian y observan desde otra perspectiva-, que terminaría por consolidar una exploración que pone en valor la ambivalencia de este fenómeno climático: por una parte, la destrucción y la pérdida y, por otro, el renacimiento y la posibilidad de reconstrucción. De esta manera, la creadora se sitúa ante el caos de la naturaleza y termina por encontrar un orden en el ejercicio de relaboración artística. Como bien argumenta la Dra. Ingrid María Jiménez Martínez, la relación entre lo bello y lo sublime resulta una clave interpretativa medular para la comprensión de esta propuesta creativa donde el paisaje adquiere otros ribetes expresivos[3]. Un binomio sobre el cual se asienta toda la estética de Frances Gallardo que, a todas luces, es deudora de lo que los estudios ecocríticos han denominado como ecopoética. 

Toda la potencia del huracán, su naturaleza sobrecogedora y destructora, es decir su dimensión sublime queda contenida en estructuras compositivas de formas bellas, que redimensionan una factura delicada en contraposición con una técnica sumamente violenta como lo es el papel calado. Violenta y gestual en tanto el cuerpo -en espacial las manos- llega a sufrir daños debido al uso de las cuchillas. Cortar el papel en este caso puede ser entendido como una experiencia performativa que se traduce en obras cuya delicadeza condensa y encubre un enérgico ejercicio corpóreo. Solo una precisa y extenuante coreografía corporal es capaz de esculpir minuciosamente el papel para dar vida a estos paisajes huracanados de minúsculas horadaciones.

Por su parte, en la serie The Unnamed, se representan las rutas de tormentas cuyos registros científicos carecen de una nomenclatura específica. Para ello, redimensiona la memoria o el rastro de estos eventos atmosféricos, los cuales datan, incluso, del siglo XIX, a partir del bordado de sus trayectorias en formatos circulares circunscritos en los típicos aros de la labor manual. Coloridas puntadas sobre tejidos de fondo neutro configuran composiciones, donde si bien se elude la representación del mapa insular, no queda lugar a dudas de que su presencia es evocada. Cualquier espectador caribeño puede reconocer en ellas un imaginario cercano a la praxis diaria. A diferencia de los grabados en papel, estas piezas textiles terminan por sucumbir ante una estructura de líneas, hilos y puntadas en cuyo movimiento errático es perceptible la compleja danza de la atmósfera.

Las búsquedas morfosintácticas de una metaestructura del huracán llevaron a Frances Gallardo hacia exploraciones de aliento escultórico e instalaciones desde su serie Huracanes (2009-). Sin embargo, no sería hasta la pieza Hurricane soundscape (2012) que lograría acentuar un elemento del huracán que hasta el momento no había podido mostrar en toda su magnitud: el sonido. La sobrecogedora sinfonía de la naturaleza enfurecida evocada en la serie Pentagramas (2012), se materializó en una instalación visual y sonora compuesta por un organette sobre el cual se dispuso un disco en papel calado a modo de recreación a pequeña escala de los grabados antes descritos. El instrumento musical del siglo XIX fue intervenido y convertido en una maquinaria giratoria que, a través de la interacción de luces y la rotación del disco de papel emitía un peculiar sonido.[4] Dos huracanes en papel calado ubicados a modo de sierras completarían este paisaje sonoro, como sugiere el propio título, donde el signo huracán se colma de toda su potencialidad catastrófica como una potente maquina cortante que hiere violenta y filosamente la geografía antillana. [5] 

Esta inmersión multisensorial a la cual nos invita Hurricane soundscape se vivencia como toda una experiencia estética de la naturaleza misma en virtud de las posibilidades expresivas de las prácticas instalacionistas. Un encuentro con el medio ambiente a través del arte, el cual funciona como un dispositivo que relabora la relación simbiótica del ser humano con su medio circundante. En este sutil aspecto se asienta la poética de Frances Gallardo, donde el huracán -es decir la naturaleza toda- no es simple trasfondo formal o escenografía gratuita. Sus obras tempestuosas dan cuenta de un poema visual-sonoro de cariz ecológico que sugiere el restablecimiento de una conexión respetuosa del ser humano y el planeta que habita. El meteoro, tal y como nos sugiere la artista, es materia vibrante destructora al tiempo que regenerativa; por lo que su obra quedará en los anales de nuestra historia como esa catarsis del paisaje antillano cuya finalidad no es otra que servir de recordatorio perenne de nuestro lugar en el mundo. Todo ello, Guabancex mediante.

[1] Cfr. Fernando Ortiz. El huracán: su mitología y sus símbolos. México. Fondo de Cultura Económica. 2005.

[2] Aunque la autora en su texto “Mapas textuales de la Península de Yucatán en el Caribe Continental: narrativas de huracanes” basa su análisis en relatos o narraciones orales, se considera pertinente reconocer dentro de esa concepción de narrativa del huracán un conjunto de obras literarias de autores de la región como Alejo Carpentier o Ana Lucía Portela, por ejemplo.

[3] Cfr. Ingrid María Jiménez Martínez. Meteoro. Meteoro (catálogo) pp. 11-22. Disponible en https://issuu/francesgallardo/docs/meteoro_catalogo_fgallardo. 

[4] Como lo reconoce la propia artista, el sonido emitido por la pieza no es el típico sonido del huracán, sino una interpretación abstracta del mismo. Junto a Jeffry Concepción diseñó seis sonidos para cada uno de los fotosensores de la pieza. El movimiento giratorio del disco permite que los fotosensores se activen una vez la luz se filtra a través de los agujeros calados. Cada disco crea combinaciones diferentes de estas seis notas base de acuerdo a la forma de cada una de las formas caladas en el papel.

[5] Las piezas que han sido motivo de reflexión formaron parte de la exposición Meteoro que tuvo lugar en el año 2012 en el Arsenal de La Marina del Instituto de Cultura Puertorriqueña y bajo la curaduría de Elvis Fuentes. El catálogo de la muestra puede consultarse en el siguiente enlace: https://issuu/francesgallardo/docs/meteoro_catalogo_fgallardo. 

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